En el anteúltimo de
nuestros encuentros, quedamos en que debía interrogar la sublimación en su relación con el papel que en ella desempeña
el objeto a.
Segunda tópica.
Circare: dar vueltas
en círculo en torno de un punto central en la medida en que algo no está
resuelto.
Hoy intentaré indicar
cuán alejado permaneció hasta mi enseñanza el psicoanalisis de cierto punto
vivo que formuló en todas partes la experiencia precedente. Se trata de la
función del objeto a.
1
La
obra de arte constituye hoy el objeto de lo que enunciamos sobre la
sublimación.
En el nivel en que Freud se aventura con una prudencia casi burda
se obliga a sí mismo a no poder asirla más que como un valor comercial. Es algo que tiene precio, sin duda, un precio
aparte, pero que desde que está en le mercado no se distingue completamente de
cualquier otro precio.
Este
precio lo recibe de una relación privilegiada de valor con lo que aíslo y
distingo en mi discurso como el goce –
el goce considerado como ese término que solo se instituye por su evacuación
del campo del Otro como lugar de la palabra.
La función del objeto
a nos interesa en el nivel de la sublimación. Si el objeto a puede funcionar
como equivalente del goce, es debido a una estructura topológica.
·
Goce solo se instituye por su
evacuación del campo del Otro como lugar de la palabra.
·
Objeto a como equivalente del goce.
SUJETO-SIGNIFICANTE-OTRO-REPETICIÓN
Para percibirlo, basta
considerar la función por la que el sujeto ya no se funda, ya no se introduce
más que como efecto de significante, y remitirse al esquema que repetí cientos
de veces ante ustedes desde el comienzo del año, del significante como
representante del sujeto para un significante que, por su naturaleza, es otro.
Por eso, lo que lo representa solo se planea como anterior a este otro, por lo
que se necesita la repetición de la relación del S con este A como lugar de los
significantes otros.
Grafico: S-S A a
Esta relación deja
intacto el lugar en que inscribí el a. no hay que tomarlo en absoluto como una
parte. Todo lo que se enuncia de la función del conjunto, que hace del elemento
mismo un conjunto potencial, justifica igualar este residuo, aunque distinto
bajo la función del a, con el peso del Otro en su conjunto.
Él se encuentra en un
lugar que designamos con el término éxtimo, conjugando lo íntimo con la radical
exterioridad. Debe saberse que en la medida en que el objeto a es éxtimo, y
exclusivamente en la relación que se instaura a partir de la institución del
sujeto como efecto de significante, determina por sí mismo en el campo del Otro
una estructura de borde.
Objeto a:
·
No hay que tomarlo como una parte del
conjunto A.
·
Es un residuo.
·
Se encuentra en un lugar éxtimo.
·
Se instaura a partir de la institución del
sujeto como efecto del significante.
Estructuras
topológicas de borde:
Esfera: aparentemente
es la más simple de las estructuras topológicas.
Toro: confluyen los
dos bordes opuestos que se corresponden punto por punto en una doble línea
verctorial.
Cross-cap:
Botella de Klein:
combinación de dos posibilidades.
Resulta fácil percibir
el parentesco de estas cuatro estructuras topológicas con los objetos a.
También hay cuatro. Tal como funcionan efectivamente en las relaciones que
engendra el sujeto con el Otro en lo real los cuatro objetos reflejan uno por
uno las cuatro estructuras.
Pretendo reanimar para
ustedes la función concreta que desempeña en la clínica el objeto a.
Antes de tener,
posiblemente por métodos que elaboran su producción, la forma que hace poco
calificamos de comercial, el objeto a está… en posición de funcionar como lugar
de captura de goce.
·
El objeto a está en posición de
funcionar como lugar de captura de goce.
2
Muy pronto en los
enunciados teóricos de Freud apareció la relación
entre neurosis y perversión. ¿Cómo atrajo de alguna manera la atención
de Freud?
Clínica de la
experiencia traumática; se introdujo el fantasma, que es el nudo de todo lo que
concierne a esta economía para la cual Freud creó la palabra libido.
¿Debemos seguir
fiándonos enteramente de que estos fantasmas neuróticos nos permitirían
reclasificar la perversión, transformarla desde fuera a partir de una
experiencia que no proviene de los perversos? Krafft-Ebbing
Havelock Ellis.
Este
primer abordaje ya era después de todo orden topológico. Puesto que se decía
que la perversión era el reverso de la neurosis,
ya algo se presentaba como el anuncio de estas superficies que tanto nos
interesan, de lo que sobrevive cuando un corte las separa.
La
neurosis aparecía como una función superpuesta a la perversión. Pero de inmediato,
simplificada de este modo, la cosa pareció no resolverse en absoluto.
¿No es claro, no lo
fue de inmediato, que no podría resolverse nada destacando solamente en el
texto de la neurosis un deseo perverso?
Si consideramos las
cosas desde el nivel que nos permitió articular el retorno a esta tierra firme
de que todo lo que pasa en el análisis debe remitirse al estatuto del lenguaje
y a la función de la palabra, obtenemos ese punto de referencia que establecí
cierto año con el título Las formaciones del inconciente.
Grafo.
Chiste.
Está hecho de tres
cadenas, dos de las cuales se encuentran ya marcadas, si no elucidadas, por
fórmulas que en algunos casos se han comentado mucho. En particular, ($<>D) marca como fundamental la
dependencia del sujeto respecto de lo que con el nombre de la demanda ha sido
fuertemente separado de lo que atañe a la necesidad. La forma significante, los
desfiladeros del significante especifican la demanda, la distinguen y no
permiten de ninguna manera reducir su efecto a un simple apetito fisiológico.
Estas necesidades solo nos interesan en nuestra experiencia en la medida en que
su posición equivale a una demanda sexual.
Las otras uniones, las
del significado proveniente del A como tesoro de los significantes, no
constituyen en este momento más que un simple recordatorio.
Es
cierto que estas tres cadenas solo pueden suponerse, instaurarse, fijarse en la
medida en que ay significante en el mundo, que el discurso existe, que atrapa
cierto tipo de ser que solo se llama hombre, o ser hablante, a partir de la
existencia de la concatenación posible como constituyente de la esencia misma
de estos significantes. Sin embargo, se puede caracterizar
el piso inferior con la categoría que distingo como lo simbólico. Encuentran
esta función simbólica aquí, con la posibilidad de retorno rápido que no
procura el enunciado del más simple discurso. En este nivel fundamental
sostenemos que no hay metalenguaje, que nada simbólico podría edificarse más
que por el discurso normal. En la cadena
superior, en cambio, vemos que se trata precisamente de los efectos de los
simbólico en lo real. Asimismo el sujeto, que es su primer y mayor efecto, solo
aparece a niver de esta segunda cadena.
S(A/). Este es el
significante por el cual aparece la profunda incompletud de lo que se produce
como lugar del Otro, o, más exactamente, lo que en este lugar traza la vía de
cierto tipo de señuelo completamente fundamental. El lugar del Otro evacuado
del goce no es tan solo lugar limpio, cículo quemado, lugar abierto al juego de
roles, sino algo que en sí mismo está estructurado por la incidencia
significante. Esto es precisamente lo que introduce esta falta, esta barra,
este agujero, que se distingue con el título de objeto a.
·
Objeto a como falta, barra, agujeto en
el campo del Otro.
3
Freud subrayó profusamente
en la experiencia la importancia de la pulsión
oral y de la pulsión anal,
pretendidos esbozos, llamados pregenitales, de algo que alcanzaría la madurez
colmando no sé qué mito de completud prefigurado por lo oral, no sé qué mito de
don, de producción de un regalo, prefigurado por lo anal.
¿No es raro que
después de haber acentuado tanto estas dos pulsiones fundamentales se aleje
mucho de ellas, por lo menos en apariencia, y que sea con la ayuda de las
pulsiones escoptofílicas y sadomasoquistas como articule el montaje de la
fuente, el empuje, el objeto y el fin?
La función que
desempeña el perverso está lejos de fundarse en un desprecio hacia el otro, el
partenaire. El perverso se dedica a tapar el agujero en el Otro… es partidario
de que el Otro existe. Es un defensor de la fe.
El perverso, un
auxiliar de Dios.
La función aislable de la mirada en todo lo que
concierne al campo de la visión, a partir del momento en que estos problemas se
plantean a nivel de la obra de arte.
No resulta fácil
definir lo que es una mirada. Se trata incluso de algo que puede muy bien
sostener una existencia y devastarla.
Nos preguntamos por
los efectos de una exhibición, a saber, si causa temor o no al testigo que
parece provocarla. Nos preguntamos si está en la intención
del exhibicionista provocar este pudor, este espanto, esta repercusión,
eso violento o complaciente. Pero no reside en esto lo esencial de la pulsión
escoptofílica… ¿activa, pasiva…? Aparentemente es pasiva, puesto que da a ver. Lo esencial es, propiamente y ante todo, hacer
aparecer en el campo del Otro la mirada.
¿Y por qué si no para
evocar la huida, lo inasible de la mirada en su relación topológica con el límite
que impone al goce la función del principio del placer?
El
exhibicionista vela por el goce del Otro.
¿Qué ocasiona aquí el
espejismo, la ilusión, y sugiere la idea de que hay desprecio hacia el
partenaire? Es haber olvidado que, más allá del sostén particular que este da
al otro, está la función fundamental de ese Otro que se encuentra siempre allí,
bien presente, cada vez que opera la palabra, la función del lugar de la
palabra donde todo partenaire está incluido, la función del punto de referencia
donde la palabra se plantea como verdadera.
En
este campo del Otro, en la medida en que se encuentra desierto de goce, el acto
exhibicionista se plantea para hacer surgir allí la mirada. Se ve entonces que
no es simétrico lo que ocurre con el voyeur.
En efecto, lo que importa al voyeur es justamente interrogar en el Otro lo que no puede verse.
Lo que constituye el
objeto del deseo del voyeur en un cuerpo esmirriado, una silueta de jovencita,
es precisamente lo que solo puede verse con la condición de que ella lo
sostenga en lo inasible mismo, en una simple ranura don falta el falo.
Debido a esta
ignorancia [lo que oficia como sostén de la mirada], el goce para el Otro, es
decir, el fin mismo de la perversión, en cierta medida se escapa.
¿Cuál
es entonces el objeto a en pulsión sadomasoquista?
Se
cree hallar la clave del sadomasoquista en el juego con el dolor, para enseguida
retractarse y decir que después de todo solo es divertido si el dolor no llega
muy lejos. ¿No es, de hecho, la máscara gracias a la cual escapa lo relativo a
la perversión sadomasoquista? ¿No les parece
que destacar la prohibición propia del goce debe, allí también, permitirnos
reubicar en su lugar lo que está en juego?
No por soñar con la
perversión son perversos. Soñar con la perversión, sobre todo cuando se es
neurótico, puede servir para algo completamente distinto, para sostener el
deseo, lo cual es muy necesario cuando se es neurótico. Esto no autoriza en
absoluto a creer que se entiende a los perversos.
Basta con haber
tratado a un exhibicionista para pervivir
que no se entiende nada de lo que aparente, no diré lo hace gozar, puesto que
no goza –aunque goza, pese a todo,, con la sola condición de dar el paso que
acabo de mencionar, a saber, que el goce del que se trata es el del Otro.
Naturalmente, hay un
hiato. Ustedes no son unos cruzados. No se dedican a que el Otro, es decir, no
sé qué ciego, y tal vez muero, goce. Pero al exhibicionista esto le interesa.
Es así, es un defensor de la fe.
Los
juegos sádicos no son simplemente interesantes en lo sueños de los neuróticos,
es posible asimismo ver qué pasa allí donde se producen. Siempre gira
efectivamente en torno de algo donde se trata de despojar a un sujeto –¿de
qué?– de lo que lo constituye en su fidelidad, a saber, su palabra.
La palabra no es aquí
el objeto a, sino que es una aproximación, para encaminarlos.
Rechazo
la simetría entre masoquista y el sádico.
Sacher
Masoch
organiza todo de manera de ya no tener la palabra.
Se trata de la voz.
Lo
esencial de la cosa es que el masoquista haga de la voz del Otro, por sí solo, eso que
va a garantizar respondiendo como un perro. Esto lo aclara el hecho de que
justamente buscará un tipo de Otro que pueda ser cuestionado en este punto de
la voz,, la querida madre, como lo ilustra Deleuze, devoz fría y atravesada por
todas la variantes de lo arbitrario. Esa voz que él quizás escuchó más de la
cuenta en otra parte, del lado de su padre, completa y tapa aquí también el
agujeto.
Solo que hay algo en
la voz que está más precisado topológicamente, porque en ningún lugar el sujeto
está más interesado en el Otro que por este objeto a.
La
función del superyó. Lo que ocurre con la función del objeto a realizada por la voz
como soporte de la articulación significante, la voz pura en la medida en que
está, si o no, instaurada en el lugar del Otro de una manera que es perversa o
que no lo es.
Cierto masoquismo
moral solo puede fundarse en este extremo de la incidencia de la voz del Otro,
no en la oreja del sujeto, sino en el nivel del Otro, que él instaura como
completado por la voz. El eje de gravedad del masoquista se juega en el nivel
del Otro, y de la remisión a él de la voz como suplemento, no sin que sea
posible cierta irrisión, que aparece en los márgenes del funcionamiento
masoquista.
Hay un goce en esta
remisión al Otro de la función de la voz, y tanto más cuanto que este Otr tiene
menos valor, menos autoridad. De algún modo, esa forma de rapto, de robo del
goce, puede ser, de todos los goces perversos imaginables, el único que se
logre completamente.
Ciertamente no ocurre
lo mismo con el sádico. Él intenta, pero
de manera inversa, completar al Otro quitándole la palabra e imponiéndole su
voz, pero en general falla. Baste en este sentido referirse a la obra de Sade, donde es verdaderamente imposible eliminar
de la palabra, de la discusión del debate, la dimensión de la voz.
Se nos cuentan los
excesos más extraordinarios ejercidos sobre víctimas cuya increíble
supervivencia nos sorprende. Pero no hay uno de esos
excesos que no sólo no sea comentado sino fomentado
por una orden.
El juego de la voz
encuentra aquí su pleno registro. Solo que el goce, exactamente como en el caso
del voyeur escapa. Su lugar está enmascarado por esta sorprendente dominación
del objeto a, pero el goce no está en ninguna parte. Claramente el sádico no es
más que el instrumento, del suplemento dado al Otro, pero que en este caso el
Otro no quiere. No quiere, pero obedece de todos modos.
Juan Pablo Marino
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