3) 233 a
b Infinito -
nada. - Nuestra alma está arrojada en el cuerpo,
y en él
encuentra número, tiempo, dimensiones. Ella racionaliza
lo de encima, y
llama a esto naturaleza, necesidad, y
no puede creer
otra cosa. La unidad que se agrega al infinito
no lo aumenta
en nada, y tampoco un pie a una medida infinita.
Lo finito se
anonada en presencia de lo infinito, y se
torna pura
nada. Así, nuestro espíritu delante de Dios; así,
nuestra
justicia delante de la justicia divina. No hay tanta
desproporción
entre nuestra justicia y la de Dios, como entre
la unidad y el
infinito.
Es necesario
que la justicia de Dios sea tan enorme como
su
misericordia. Pues bien, la justicia para con los réprobos
es menos enorme
y debe chocar menos que la
misericordia
para con los elegidos.
Sabemos que hay
un infinito, e ignoramos su naturaleza.
Como sabemos
que es falso que los números sean finitos,
por lo tanto es
verdadero que hay un infinito en cuanto al
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número d. Pero
no sabemos qué es: es falso que sea par, es
falso que sea
impar; pues, si se agrega la unidad, no cambia
de naturaleza;
sin embargo, es un número, y todo número es
par o impar
(aunque es verdad que esto se aplica a todo número
finito). Así
también, se puede saber que hay un Dios
sin saber qué
es.
¿No hay una
verdad substancial, ya que vemos tantas
cosas que no
son la verdad misma?
Por lo tanto,
conocemos la existencia y la naturaleza de
lo finito,
porque somos finitos y extensos como él. Conocemos
la existencia
de lo infinito e ignoramos su naturaleza,
porque tiene
extensión como nosotros, pero no límites como
nosotros. Pero
no conocemos ni la existencia ni la naturaleza
de Dios, porque
no tiene ni extensión ni límites.
Pero, por la fe
conocemos su existencia; por la gloria e
conoceremos su
naturaleza. Y ya he demostrado que se puede
conocer la
existencia de una cosa, sin conocer su naturaleza.
4) Hablemos
ahora según las potencias f naturales. Si existe
un Dios, él es
infinitamente incomprensible, puesto que, al
no tener ni
partes ni límites, no tiene ninguna relación con
nosotros. Por
lo tanto, somos incapaces de saber ni qué es ni
si es. Siendo
así, ¿quién se atreverá a intentar resolver esta
cuestión ?
Nosotros no, que ninguna relación tenemos con
él.
Así pues,
¿quién echará en cara a los cristianos el no poder
dar razón de su
creencia, ellos que profesan una religión
de la que no
pueden dar razón? Ellos declaran, al exponerla
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al mundo, que
es una necedad, stultitiam g; y luego, ¡os quejáis
de que no la
prueben! Si la probaran, no guardarían su palabra:
porque carecen
de pruebas no carecen de sentido h. -"Sí;
pero aunque
esto excuse a los que como tal la ofrecen, y los
justifique de
la censura de profesarla sin razón, esto no excusa
a los que la
reciben." -Examinemos, por lo tanto, este
punto y
digamos: "Dios existe, o no existe." Pero ¿hacia qué
lado nos
inclinaremos? La razón nada puede determinar
acerca de esto:
un caos infinito nos separa. Se juega un juego,
en la
extremidad de esa distancia infinita, en el que saldrá cara
o cruz. ¿A qué
apostaréis? De acuerdo con la razón, no podéis
hacer ni lo uno
ni lo otro; de acuerdo con la razón, no
podéis deshacer
ninguno de los dos.
No reprochéis
falsedad a quienes han hecho elección;
pues nada
sabéis. -"No; pero les reprocho el haber hecho, no
esa elección,
sino una elección; en efecto, aunque el que elige
cruz y el otro
cometan falta semejante, los dos cometen falta:
lo justo es no
apostar." 1
-Sí; pero hay
que apostar; esto no es voluntario: estáis
embarcado. Así
pues, ¿cuál de los dos elegiréis? Veamos.
Puesto que es
necesario elegir, veamos qué os interesa menos
J. Dos cosas se
pueden perder: la verdad y el bien, y dos cosas
se pueden
comprometer: vuestra razón y vuestra voluntad,
vuestro
conocimiento y vuestra beatitud; y de dos cosas
debe huir
vuestra naturaleza: del error y de la miseria. Vuestra
razón no se
resiente si elige lo uno o lo otro, puesto que necesariamente
hay que elegir.
Punto aclarado. Pero, ¿vuestra
beatitud?
Pesemos la ganancia y la pérdida, considerando
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"cara"
que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si ganáis,
ganáis todo; si
perdéis, no perdéis nada. Apostad, pues, a que
Dios existe,
sin vacilar. -"Esto es admirable. Sí, hay que
apostar; pero
yo apuesto quizás demasiado." -Veamos.
Puesto que el
azar de ganancia y de pérdida es parejo, si sólo
tuvierais que
ganar dos vidas por una, todavía podríais
apostar; (7)
pero si hubiera tres por ganar, habría que jugar
(puesto que
estáis en la necesidad de jugar), y seríais imprudente,
cuando estáis
obligado a jugar, si no arriesgarais vuestra
vida para ganar
tres en un juego en el que hay parejo azar
de pérdida y
ganancia. Pero hay una eternidad de vida y de
felicidad. Y
siendo así, aun cuando hubiera una infinidad de
azares de los
cuales uno solo fuera el vuestro, aun entonces
tendríais razón
si apostarais uno para tener dos, y obraríais
equivocadamente,
ya que estáis obligado a jugar, si rehusarais
jugar una vida
contra tres en un juego en el cual, de una infinidad
de azares, hay
uno en vuestro favor, si hubiera como
ganancia una
infinitud de vida infinitamente feliz. Pero hay
aquí una
infinitud de vida infinitamente feliz como ganancia,
un azar de
triunfo contra un número finito de azares de pérdida,
y lo que jugáis
es finito. Esto suprime toda apuesta:
siempre que
interviene lo infinito, y cuando no hay infinidad
de azares de
pérdida contra el azar del triunfo, no hay que
vacilar, hay
que arriesgarlo todo. Y así, cuando se está obligado
a jugar, hay
que renunciar a la razón para conservar la
vida, antes que
arriesgarla por la ganancia infinita, tan probable
como la pérdida
de la nada.
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Pues de nada
sirve decir que es incierto si se ganara y que
es cierto que
se arriesga, y que la infinita distancia que media
entre la certeza
de lo que se arriesga y la incertidumbre de lo que
se ganará
iguala el bien finito, que se arriesga ciertamente, con
el infinito,
que es incierto. No es así. Todo jugador arriesga
con certeza
para ganar con incertidumbre; y, sin embargo,
arriesga
ciertamente lo finito para ganar inciertamente lo finito,
sin pecar por
ello contra la razón. No hay una infinitud
de distancia
entre esa certeza de lo que se arriesga y la incertidumbre
del triunfo;
esto es falso. Hay, en verdad, infinitud
entre la
certeza de ganar y la certeza de perder. Pero la incertidumbre
de ganar es
proporcional a la certeza de lo que se
arriesga, según
la proporción de los azares de ganancia y pérdida.
Y de esto
resulta que, si hay tantos azares de un lado
como del otro,
el partido consiste en jugar igual contra igual;
y entonces la
certeza de lo que se arriesga es igual a la incertidumbre
de la ganancia:
lejos está de ser infinitamente distante.
Y así, nuestra
proposición encierra una fuerza infinita,
cuando se
arriesga lo finito en un juego en el que hay iguales
azares de
triunfo y de pérdida, y lo infinito como ganancia.
Esto es una
demostración; y, si los hombres son capaces de
alguna verdad,
ésta lo es. k.
4) -"Lo
confieso, lo declaro. Pero algo más: ¿no hay manera
de ver lo que
hay debajo del juego?" -Sí, las Escrituras, y lo
demás, etc.
-"Sí; pero
yo tengo las manos atadas y la boca muda; (8)
me obligan a
apostar, y no estoy en libertad; no me sueltan, y
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estoy hecho de
un modo tal que no puedo creer. ¿Qué queréis
pues que
haga?"
-Es verdad.
Pero tened conciencia, por lo menos, de
vuestra
impotencia para creer, puesto que la razón os lleva a
esto y, sin
embargo, no lo podéis hacer. Esforzaos, por lo
tanto, en
convenceros no por el aumento de las pruebas de
Dios, sino por
la disminución de vuestras pasiones. Queréis
ir hacia la fe,
y no sabéis el camino; queréis curaros de la infidelidad,
y pedís el
remedio: aprended de quienes han estado
atados como
vos, y que apuestan ahora todo cuanto tienen;
son personas
que saben ese camino que quisierais seguir,
personas
curadas de un mal del cual queréis curaros. Seguid
la manera por
la cual ellas han comenzado: haciendo como si
creyeran,
tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc.
Naturalmente,
aun eso os hará creer y os atontará -Pero esto
es lo que
temo." -¿Y por qué? ¿Qué tenéis que perder?
Pero, para
mostraros que eso es conducente: eso disminuirá
las pasiones,
que son vuestros grandes obstáculos.
7) Fin de
este discurso. - ¿Y qué mal os acontecerá si tomáis ese
partido? Seréis
fiel, honrado, humilde, agradecido, benéfico,
amigo sincero,
verdadero. Es verdad que no os hallaréis en
los placeres
apestados, en la gloria, en las delicias; pero, ¿no
tendréis otras
cosas que los compensen? Os digo que ganaréis
aun en esta
vida; y, a cada paso que deis en este camino,
veréis tanta
certeza de ganancia y tanta nada en lo que arriesgáis,
que
reconoceréis por fin que habéis apostado por una
cosa cierta,
infinita, por la cual no habéis dado nada.
4) -"¡Oh!,
este discurso me transporta, me enajena, etc."
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-Si este
discurso os gusta y os parece de peso, sabed que
lo hace un
hombre que antes se arrodilló, y después también,
para rogar a
ese Ser infinito y sin partes, al cual somete todo
lo suyo, que
consiga también la sumisión de lo vuestro para
vuestro propio
bien y para su gloria; y que, así, la fuerza (del
discurso) está de acuerdo con esa humillación.
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