CLASE: El Uno y
el a minúscula
Introducción
a la clase:
Lacan abre la
clase diciendo que “los más difícil de
pensar es el Uno”; término que él aísla con el concepto freudiano del ein
einziger Zug, el rasgo unario, que refiere a una de las formas de
identificación.
“En este rasgo unario reside lo esencial del efecto de
lo que, para nosotros analistas, en el campo donde tratamos con el sujeto, se
llama la repetición”.
“La repetición se liga de manera determinante a una
consecuencia que él designa como el objeto perdido. Para resumir, se trata
esencialmente de que el goce se busca en
un esfuerzo de reencuentro, y que sólo se lo podría reencontrar cuando
se lo reconoce por el efecto de la marca. La marca misma introduce en el
goce la huella con hierro candente de la que resulta la pérdida”.
Volvemos a la
experiencia mítica de satisfacción, a partir de la cual se instala una relación
con un objeto perdido por estructura. En el origen, lo que se inscribe, es una
falta. El Uno que nos propone pensar Lacan es el Uno como una primera marca de
la pérdida: pérdida del objeto que posibilitaría el goce. Por lo tanto, no hay
goce posible en la estructura del sujeto, no hay una relación sujeto-objeto que
se complemente en una unidad. Todo lo que le queda al sujeto es una marca del
objeto perdido, o una marca de la pérdida de goce. Es una marca que marca la
pérdida.
Habría que
resaltar que no es que hubo goce, algo se perdió, por lo que el goce se vuelve
imposible; sino que a través de la marca significante nos anoticiamos del goce,
y se trata de un goce imposible.
La repetición es
el intento de recuperación de objeto, y el intento es posible por la marca
significante. Sólo el intento de recuperación es posible, pero en lo que
concierne al reencuentro del objeto queda expresado en potencial, “sólo se lo podría…”, expresión que nos
indica nuevamente una imposibilidad.
El hecho de que
el objeto sea imposible de asir, no implica que al sujeto se le presente a él
mismo como imposible. La relación sujeto-objeto está mediada por cierta ilusión
que conlleva a un movimiento: como no se alcanza el objeto, se lo sigue
buscando, a través de las marcas significantes sobre las que se instala la
repetición. Esta búsqueda es el movimiento mismo del deseo.
Parágrafo 1:
“El deseo del Otro es el deseo del hombre… el deseo se
juega en el campo del Otro, articulado como el lugar de la palabra. Lo cierto
es que encuentran en el grafo del deseo una relación orientada cuyo vector
parte de ($<>D) para ir hacia d(A), el deseo del Otro, e interrogar a
este con un Me demando lo que tú deseas, que se equilibra también con un Te
demando lo que yo deseo… ¿quién no ve que implica que toda manifestación del
deseo se inclina hacia un Hágase tu voluntad”.
Lo primero que nos llamó la atención
en nuestra reunión fue la mención del deseo del hombre.
El deseo aparece
articulado al campo del Otro, y a la dialéctica de la demanda entre el sujeto y
el Otro: se demanda el deseo, lo que tú
deseas, lo que yo deseo, el conflicto en cuestión es si hay diferencia
entre estos dos deseos, y si se trata de dos deseos.
Me demando lo que tú deseas.
El sujeto se
dirige la demanda a sí mismo, se demanda el deseo del Otro. Podría pensarse el
genitivo del tanto subjetivo como
objetivo.
Te demando lo que yo deseo.
El sujeto dirige
la demanda al Otro en referencia a lo que yo
deseo.
En principio se
ubica lo que el Otro desea, y a partir de la demanda se instala como deseo del
sujeto. Lo que está en juego es un único deseo.
En el punto
irresoluble del deseo en su articulación con la demanda, en tanto que el sujeto
no colma el deseo del Otro, ni el Otro responde a la falta del sujeto, se
produce una formación de compromiso que se enuncia como un Hágase tu voluntad. [A DISCUTIR]. A través de esta formación, mi
deseo queda articulado a tu deseo, y en este punto no se termina de discernir
lo tuyo y lo mío.
Lacan se refiere
a la plegaria para representar la relación del sujeto y el Otro, por un lado
para ubicar la demanda del sujeto al Otro, y por otro lado para sostener la
pregunta de quién habla al nivel del
sujeto. Tanto la demanda del sujeto como quién habla a nivel del sujeto se
trata de un Otro sin rostro.
“La plegaria no es forzosamente privilegio de los
religiosos. Su nudo, su enmarañamiento inextricable, se podría aclarar con las
funciones del deseo”.
Si retomamos lo
expuesto en la introducción en referencia a la función de la pérdida, hay dos
faltas puestas en juego: la falta en el lugar del Otro entendida como deseo, y
la falta en el sujeto como pérdida de goce.
[Frases para
anudar a piacere]
Libertad –
hágase tu voluntad. Desasimiento.
Si y No: hasta
donde lo frenas, nunca se sabe d(A).
Nadie es
analizado en tanto Padre; se habla desde el lugar de hijo.
Padre muerto
desde siempre.
¿Qué es un
padre? No se sabe, porque en tanto padre el único que habla es lugar de hijo.
Obediencia
retrospectiva. Tótem y tabú.
Padre lugar
vacío.
Hijos del
discurso. No hay Otro del Otro.
Parágrafo 2:
Retoma la
apuesta de Pascal, y aclara que en la postura se trata del Nombre del Padre. “Encontramos la forma singular del Nombre
del Padre en el enunciado que encabeza el papelito – Cara o cruz… Allí está lo
que llamaré lo real absoluto”.
Al comienzo
sosteníamos que de entrada el objeto está perdido; ahora esto queda articulado
en la apuesta como real absoluto, y habrá que dilucidar qué relación guarda el
Nombre del Padre. Pero de lo que no deben quedar dudas es que “Todo descansa en la simple observación de
que lo que se apuesta al comienzo está perdido”.
En la clase
anterior se nos decía que no se podía no apostar; se está forzado al juego, y encima
hay que aceptar que la entrada al juego es perdiendo. Al introducir ahora el
real absoluto, no se trata de una disposición a perder, sino de que
efectivamente algo tiene que estar perdido como condición de posibilidad para
apostar o jugar.
El asunto que
preocupa a Lacan es introducir una medida del goce perdido por estructura. [A
DISCUTIR]
“Si hay una actividad cuyo comienzo se funda en la
asunción de la pérdida, es la nuestra, en la medida en que en el abordaje mismo
de toda regla, es decir, de una concatenación significante, se trata de un
efecto de pérdida”.
Es decir, la
pérdida es un efecto de la acción significante; opera el significante y lo que
resulta es una pérdida que no entra en el registro simbólico, sino que es un
real absoluto, y de ello nos anoticiamos por “La marca misma [que] introduce en el goce la huella con hierro candente
de la que resulta la pérdida”.
Decíamos en
nuestra reunión que toda concentración
significante implica pérdida. Lo que se pierde es el goce, y todo lo que
queda es un intento de recuperación, que según el plus de gozar, es siempre un
menos, es siempre pérdida, se vuelve a perder el objeto perdido por estructura,
un objeto que nunca se tuvo.
“Nuestra experiencia… en el análisis nos confronta en
todo momento con un efecto de pérdida… Lo testimonia… atribuyéndolo a un daño
imaginario, refiriéndolo al esquema de una herida narcisista, es decir,
imputándolo a la relación con el semejante. Ahora bien, en este caso esta
relación no tiene nada que ver… La herida de la que se trata depende de un
efecto que, para distinguirlo de lo imaginario, califiqué al comienzo de
simbólico”.
“Este efecto simbólico se inscribe en el hiato
producido entre el cuerpo y su goce…”, o sea, entre
el cuerpo y el goce hay un hiato producido por efecto significante. Podemos
afirmar que este entre, que implica
el hiato, no es relacional, sino excluyente, no hay relación cuerpo-goce, sino
que se trata de un cuerpo separado del goce. El goce va quedar ubicado en el
campo del Otro; el goce es del Otro.
El deseo del
Otro nunca lo vamos a conocer, por lo que aludimos a Che vuoi? Qué es lo que el
Otro quiere de mí, ¿gozar, desear? Sobre la respuesta no hay purismos, sino que
hay fantasma, estructuración.
Al cuestionar el
yo deseo, yo gozo, nos referimos al sufrimiento
histérico, o la posición sacrificial como instrumento del goce del Otro.
Viñeta clínica:
una mujer dedicada a cuidar a la madre hasta el final de su vida (acá el su es sumamente ambiguo, ¿la vida de
quién?). Al morir la madre, la mujer se encuentra en soledad, ya que destinó su
vida al cuidado del Otro. Esta mujer no puede disponer del corte, de esa
pérdida inaugural en la relación del sujeto y el Otro. El cuerpo habla:
manifestaba síntomas constipación, contracturas, insomnio. La neurosis es un
mensaje al Otro. Suponemos que recibió el mensaje “Cuida a mamá”; acá ubicamos
la responsabilidad del sujeto de significar el mensaje. La función del análisis
será equivocar los enunciados, “no habrá sido cuidate de mamá”.
Películas:
Mamá cumple 100
años. En el lecho de muerte de la madre, ella y su hijo se miran a los ojos, y
se escuchan dos voces dialogar, pero los labios de ellos no se mueven.
Kaos. Tavianni.
Padre padrone.
Al final de la
reunión, nos referimos a LA TERCERA, donde se establecen distintos tipos de
goces: el goce del Otro, el goce fálico, el goce femenino y el goce
suplementario. Pero el goce es siempre lo que se pierde, está fuera del cuerpo,
es un extrañamiento.
En el centro de
los tres anillos está el objeto a, sin el cual no habría anudamiento de los
registros, y por lo tanto ninguna dimensión del goce. El objeto a es pérdida,
el objeto perdido, sobre el que se instaura la posibilidad de gozar, en tanto,
plus de gozar, por lo que no hay goce posible. La idea de apropiarme del goce
es ajeno, sólo queda el plus de gozar, y ubicamos el objeto a en el centro de
todos los goces.
Cito una última
frase del Seminario 16 que no discutimos: “…
la pérdida no carece de relación con la manera en que funcionamos como deseo”.
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