Seguimos con el punto
3 del capítulo “Saber poder”
“A nivel del amor (Freud)
distinguió la relación anaclítica y la relación narcisista…” (Pg. 275)
“La articulación por parte de Freud del
anaclitismo como un sostén a nivel del Otro dio lugar al desarrollo de una suerte de mitología de
la dependencia, como si se tratara de eso. Me parece a mí que el anaclitismo
adquiere su estatuto, su verdadera relación, cuando se define propiamente lo
que sitúo a nivel de la estructura fundamental de la perversión. Se trata, a
saber, de cierto juego llamado perverso del a por el cual el estatuto del Otro
se aseguro por estar cubierto, colmado, enmascarado, y que está presente en
todo tipo de efectos que nos interesan”
Lacan produce una
inversión de los términos en que lo planteaba Freud, es decir el narcisimo para
la perversión y el anaclitismo para la neurosis. Freud planteaba así los
modelos que tomaba la elección de objeto: anaclítica, por apuntalamiento, donde
sitúa como modelo al Otro, a la madre o
al padre. En cambio en la elección narcisista se toma como modelo al propio yo.
La vía anaclítica es la del objeto, el acento está puesto en el objeto. Lacan
tomando la noción de objeto pero pensado en términos de “objeto a” plantea que del lado de la perversión
es donde queda situada la cuestión del objeto ya que el perverso aporta el
objeto a, plus de goce, al Otro:
restituye el objeto a al campo del Otro (vaciado de goce) a diferencia del
neurótico que intenta complementar (no suplementar) al Otro con su yo, con el
narcisismo.
En la melancolía
también para Freud hay en juego una relación narcisista ¿Por qué melancolía en
vez de duelo? Porque había con el objeto una relación narcisista.
“Todo remite al estatuto de la imagen del
cuerpo, en la medida en que en cierto viraje inicial esta se liga a una
propiedad esencial en la economía libidinal considerada, que es la matriz
motriz del cuerpo. Por algo las mismas consonantes se encuentran en uno y otro
– Matriz motriz, todo está allí. Gracias a esta matriz motriz, el organismo
calificable por sus relaciones con lo simbólico, el hombre, como se llama, se
desplaza sin salir nunca de un área bien definida que le veda una región
central que es propiamente la del goce. Y por eso puede testimoniar en toda
ocasión sobre el comportamiento de un hombre llamado de bien. De este modo
cobra importancia la imagen del cuerpo tal como la ordeno a partir de la relación
narcisista” (Pg. 278)
Hace un juego entre
matriz y motriz: gracias a la imagen motriz somos bípedos
La mirada está en
juego en el análisis, a veces de maneras muy raras. El paciente mira, nosotros
miramos. Cuando alguien se deprime o se melancoliza lo primero que pasa es algo
con la imagen, por ejemplo, empieza a encorvarse (por eso es interesante lo de
matriz-motriz). Tal vez esto no sea interpretable, seguro que no lo es, pero es un dato más de ese cuerpo que entra y
habla. Ese cuerpo que entra y habla viene portando una imagen y soportándola.
No se interpreta pero
se registra. Puede en algún momento orientar donde detenerse en un dicho
efectivamente pronunciado.
“El campo de la angustia no es ciertamente sin
objeto, como recordé al comienzo, siempre que se vea bien que este objeto es la
apuesta misma del sujeto en el campo del narcisismo. Se revela entonces la
verdadera función de la fobia, que es sustituir el objeto de la angustia por un
significante que atemoriza, porque respecto del enigma de la angustia la
relación señalada como peligrosa es tranquilizadora. Además la experiencia nos
muestra que, siempre que se produzca el pasaje al campo del otro, el
significante se presenta como lo que es respecto del narcisismo, a saber como
devorador. Y da lugar a esa especie de preponderancia que la pulsión oral
adquirió en la teoría clásica.
No debe verse la fobia en absoluto como una
entidad clínica, sino como una placa giratoria.” (Pg. 280)
Una primera idea es asociar el carácter devorador del significante en relación a su efecto
mortificante. Es un fantasma oral de este efecto por el cual el significante
mortifica al sujeto, lo petrifica: perderse en el significante. El ser que el
significante da es un ser que mata. Lacan juega con la homofonía en francés
entre “tu eres” y “matar”: “Tu es” y “Tuer”, o sea que el significante devora
lo vivo.
El sujeto no es el yo,
el narcisismo también tiene que vérselas con la angustia. Narcisismo y angustia
no se llevan bien. Cuando se habla de narcisismo no se habla de sujeto, cuando
se habla de angustia, sí. “La angustia no es sin objeto”, lo opuesto del
sujeto de ese objeto es el objeto de la
angustia, con lo cual tengo una relación extrañísima, no resuelta, entre sujeto
y objeto de la angustia. Después en el capítulo siguiente enrarece todo y dice
que es lo mismo el sujeto, el objeto, la angustia y el Otro, están todos del
mismo lado. Antes estaba el campo del Otro y el campo del sujeto, destituye esa
separación para decir que es lo mismo.
¿Por qué el
significante aparece como devorador? Porque da lugar a esa preponderancia que
la teoría clásica dio a la pulsión oral, Lacan dice que está mal, está hablando
de M. Klein y los fantasmas de devoración.
En Tótem y tabú el significante
también se presenta como devorador, porque el inicio del significante es el
inicio del tótem, es el padre devorado. El significante devorador, que se
presente como devorador es porque en la devoración hay una incorporación del
significante al cuerpo y, al significante, yo lo devoro pero me devora, pierdo
el ser.
“Este objeto es la
apuesta del sujeto en el narcisismo” Si yo digo “la apuesta del sujeto” estoy
mencionando una actividad del sujeto ¿Quién hace esa apuesta? Lacan dice que el
sujeto es efecto del significante, aquí lo que hablábamos de la “devoración del
significante”. Pero cuando dice “la apuesta del sujeto” ¿Es genitivo objetivo o
subjetivo? ¿Es el sujeto el que apuesta o es el sujeto lo apostado, es decir el
sujeto como objeto? Tiene las dos vertientes. Sin esta idea de actividad,
aunque sea acéfala, estamos complicados.
Hay una actividad que
consiste en responder al llamado del significante: Yo no me llamo, me llaman. En este llamado puedo o no sentirme
concernido.
Hay una diferencia
interesante entre nombre propio e insulto. J. Jinkis trabaja el papel de la
injuria en la psicosis. La injuria es un llamado que arrasa, destruye, en
cambio el nombre propio es un llamado a responder.
Hay una anécdota de B.
Russell donde está la posibilidad frente a la injuria de no quedar arrasado.
Russell está por comenzar una conferencia y le alcanzan un papel que decía una
sola palabra: “Idiota”, cuando
comienza a dar la charla dice: “He recibido en mi vida muchos insultos sin
firma, pero es la primera vez que recibo una firma sin insulto”