Acta de Octubre de 2012


Seguimos con el punto 3 del capítulo “Saber poder”
A nivel del amor (Freud) distinguió la relación anaclítica y la relación narcisista…” (Pg. 275)
“La articulación por parte de Freud del anaclitismo como un sostén a nivel del Otro dio lugar  al desarrollo de una suerte de mitología de la dependencia, como si se tratara de eso. Me parece a mí que el anaclitismo adquiere su estatuto, su verdadera relación, cuando se define propiamente lo que sitúo a nivel de la estructura fundamental de la perversión. Se trata, a saber, de cierto juego llamado perverso del a por el cual el estatuto del Otro se aseguro por estar cubierto, colmado, enmascarado, y que está presente en todo tipo de efectos que nos interesan”
Lacan produce una inversión de los términos en que lo planteaba Freud, es decir el narcisimo para la perversión y el anaclitismo para la neurosis. Freud planteaba así los modelos que tomaba la elección de objeto: anaclítica, por apuntalamiento, donde sitúa  como modelo al Otro, a la madre o al padre. En cambio en la elección narcisista se toma como modelo al propio yo. La vía anaclítica es la del objeto, el acento está puesto en el objeto. Lacan tomando la noción de objeto pero pensado en términos de “objeto a” plantea que del lado de la perversión es donde queda situada la cuestión del objeto ya que el perverso aporta el objeto a, plus de goce, al Otro: restituye el objeto a al campo del Otro (vaciado de goce) a diferencia del neurótico que intenta complementar (no suplementar) al Otro con su yo, con el narcisismo.
En la melancolía también para Freud hay en juego una relación narcisista ¿Por qué melancolía en vez de duelo? Porque había con el objeto una relación narcisista.
“Todo remite al estatuto de la imagen del cuerpo, en la medida en que en cierto viraje inicial esta se liga a una propiedad esencial en la economía libidinal considerada, que es la matriz motriz del cuerpo. Por algo las mismas consonantes se encuentran en uno y otro – Matriz motriz, todo está allí. Gracias a esta matriz motriz, el organismo calificable por sus relaciones con lo simbólico, el hombre, como se llama, se desplaza sin salir nunca de un área bien definida que le veda una región central que es propiamente la del goce. Y por eso puede testimoniar en toda ocasión sobre el comportamiento de un hombre llamado de bien. De este modo cobra importancia la imagen del cuerpo tal como la ordeno a partir de la relación narcisista” (Pg. 278)
Hace un juego entre matriz y motriz: gracias a la imagen motriz somos bípedos
La mirada está en juego en el análisis, a veces de maneras muy raras. El paciente mira, nosotros miramos. Cuando alguien se deprime o se melancoliza lo primero que pasa es algo con la imagen, por ejemplo, empieza a encorvarse (por eso es interesante lo de matriz-motriz). Tal vez esto no sea interpretable, seguro que no lo es,  pero es un dato más de ese cuerpo que entra y habla. Ese cuerpo que entra y habla viene portando una imagen y soportándola.
No se interpreta pero se registra. Puede en algún momento orientar donde detenerse en un dicho efectivamente pronunciado.
“El campo de la angustia no es ciertamente sin objeto, como recordé al comienzo, siempre que se vea bien que este objeto es la apuesta misma del sujeto en el campo del narcisismo. Se revela entonces la verdadera función de la fobia, que es sustituir el objeto de la angustia por un significante que atemoriza, porque respecto del enigma de la angustia la relación señalada como peligrosa es tranquilizadora. Además la experiencia nos muestra que, siempre que se produzca el pasaje al campo del otro, el significante se presenta como lo que es respecto del narcisismo, a saber como devorador. Y da lugar a esa especie de preponderancia que la pulsión oral adquirió en la teoría clásica.
No debe verse la fobia en absoluto como una entidad clínica, sino como una placa giratoria.” (Pg. 280)
Una primera idea  es asociar el carácter devorador  del significante en relación a su efecto mortificante. Es un fantasma oral de este efecto por el cual el significante mortifica al sujeto, lo petrifica: perderse en el significante. El ser que el significante da es un ser que mata. Lacan juega con la homofonía en francés entre “tu eres” y “matar”: “Tu es” y “Tuer”, o sea que el significante devora lo vivo.
El sujeto no es el yo, el narcisismo también tiene que vérselas con la angustia. Narcisismo y angustia no se llevan bien. Cuando se habla de narcisismo no se habla de sujeto, cuando se habla de angustia, sí. “La angustia no es sin objeto”, lo opuesto del sujeto  de ese objeto es el objeto de la angustia, con lo cual tengo una relación extrañísima, no resuelta, entre sujeto y objeto de la angustia. Después en el capítulo siguiente enrarece todo y dice que es lo mismo el sujeto, el objeto, la angustia y el Otro, están todos del mismo lado. Antes estaba el campo del Otro y el campo del sujeto, destituye esa separación para decir que es lo mismo.
¿Por qué el significante aparece como devorador? Porque da lugar a esa preponderancia que la teoría clásica dio a la pulsión oral, Lacan dice que está mal, está hablando de M. Klein y los fantasmas de devoración.
En Tótem y tabú el significante también se presenta como devorador, porque el inicio del significante es el inicio del tótem, es el padre devorado. El significante devorador, que se presente como devorador es porque en la devoración hay una incorporación del significante al cuerpo y, al significante, yo lo devoro pero me devora, pierdo el ser.
“Este objeto es la apuesta del sujeto en el narcisismo” Si yo digo “la apuesta del sujeto” estoy mencionando una actividad del sujeto ¿Quién hace esa apuesta? Lacan dice que el sujeto es efecto del significante, aquí lo que hablábamos de la “devoración del significante”. Pero cuando dice “la apuesta del sujeto” ¿Es genitivo objetivo o subjetivo? ¿Es el sujeto el que apuesta o es el sujeto lo apostado, es decir el sujeto como objeto? Tiene las dos vertientes. Sin esta idea de actividad, aunque sea acéfala, estamos complicados.
Hay una actividad que consiste en responder al llamado del significante: Yo no me llamo, me llaman. En este llamado puedo o no sentirme concernido.
Hay una diferencia interesante entre nombre propio e insulto. J. Jinkis trabaja el papel de la injuria en la psicosis. La injuria es un llamado que arrasa, destruye, en cambio el nombre propio es un llamado a responder.
Hay una anécdota de B. Russell donde está la posibilidad frente a la injuria de no quedar arrasado. Russell está por comenzar una conferencia y le alcanzan un papel que decía una sola palabra: “Idiota”, cuando comienza  a dar la charla dice: “He recibido en mi vida muchos insultos sin firma, pero es la primera vez que recibo una firma sin insulto


Hernán Pasicel